A veces me encanta ser la mamá espía. La Mata Hari de mi casa.
Me encanta entrar calladita en la habitación en la que están jugando los niños y verlos sin que me vean. Ser por un ratito invisible y no interferir ni en su juego ni en su forma de jugar. Lo que viene a ser de toda la vida un espiar como dios manda.
A veces dejo lo que estoy haciendo y voy a escuchar las historias fantasiosas que está construyendo el principito. De nuevo ver sin ser vista.
Ese placer maternel me dura unos segundos. Estos niños me huelen a distancia.
Ayer pillé en pleno juego al “niño peonza” Tantas vueltas dio que me dio tiempo de levantarme del escritorio, salir a la terraza, verlo un rato, volver a entrar en casa, buscar y rebuscar el teléfono, ponerle la clave y grabar.
No me pilló y cuando se vio en el ordenador le hizo a sí mismo una gracia tremenda.